miércoles, 30 de mayo de 2012

Capítulo IX: El hombre del sombrero negro.

Esta vez os traigo un nuevo relato de suspense/terror. Se trata del relato que presenté al IV Concurso de Relatos de Terror que organiza anualmente la Asociación de Ocio Alternativo Nexus Outsiders. Este año no fue galardonado, cosa que no me extraña porque la calidad de la competencia era muy alta, aunque quedó en un nada despreciable cuarto puesto.


Os animo a leer también los relatos ganadores, que merecen mucho la pena. ^^


Y ahora, sin más dilación, damas y caballeros, os dejo con "El hombre del sombrero negro." Espero que os guste. ^^


PD: Hoy salgo en EL SISTEMA D13 con un sencillo Fan-Art. Os recomiendo que echéis un ojillo al webcomic. Es fábuloso. (¡Qué serían mis mañanas sin una tira rolera y un café! =P)


***

El hombre del sombrero negro.

Llevaba semanas viéndolo desde la ventana. No sabía en que momento exactamente se había dado cuenta de que le iba siguiendo. Supuso que la primera vez que había reparado realmente en su presencia fue cuando se lo cruzó al salir de una cafetería lejos de la zona que normalmente frecuentaba. Era normal encontrar los mismos rostros en la panadería, el supermercado o la parada del tranvía, y le pareció una curiosa casualidad verle tan lejos del barrio.
Poco después se dio cuenta que estaba allí donde mirase. Siempre con aquel jersey gris de cuello vuelto y el sombrero calado, esperando debajo de una farola, observándole desde el portal de enfrente o desde el fondo de una mesa cuando iba a algún restaurante a comer fuera. No lo veía seguirle por la calle, pero había un momento en que, al voltearse, estaba allí, mirándole fijamente con aquellos ojos inexpresivos.
Tampoco tenía muy claro por qué motivo no había ido a encararse con él, aunque un escalofrío agudo le recorría la espalda cada vez que lo encontraba. Tampoco se lo había contado a nadie, porque estaba seguro de que en el momento en que llamase la atención de cualquiera sobre su presencia, dejaría de estar allí, y aquella certeza le revolvía las tripas.
Ahora lo observaba desde la ventana, a través de las cortinas que retiraba con cuidado con dos de sus dedos. Estaba enfrente de su casa, apoyado contra la corteza de un árbol, inmóvil, mirando fijamente en su dirección, como si pudiese distinguirle a través de los pliegues de la gruesa tela. Tragó saliva con dificultad, volviendo a su escritorio, tratando de centrarse en el libro. El editor llevaba semanas presionando para que lo entregara, y todavía no había logrado escribir ni una página.
Se descubrió mirando la puerta del estudio cada cierto tiempo, como si esperase verle aparecer en cualquier momento atravesando la puerta, apoyado contra la pared, con aquella máscara inexpresiva que tenía por rostro.
Después de cinco horas de absoluta inactividad decidió que ya estaba bien. Se levantó del escritorio y fue al baño para lavarse la cara con agua fría. La imagen que le devolvía el espejo era de lo más desalentadora. Había adelgazado mucho las últimas semanas y los ojos se le hundían en los pómulos marcados y las ojeras le ensombrecían la mirada. Se apoyó contra el lavabo y respiró profundamente varias veces.
Bajó a la cocina para hervir agua para hacer mate. Mientras esperaba el pitido intermitente del microondas se asomó a la ventana, esperando ver si su extraño perseguidor seguía fuera. Por su mente, en aquellos meses de acoso, habían pasado todo tipo de ideas, y a cada cual más descabellada.
Sabía que no quería hacerle daño. En aquellos meses había tenido muchas ocasiones para abordarlo y no lo había hecho. Al principio pensó que tal vez se tratase de un fan, de algún admirador al que le gustaban sus novelas, tal vez demasiado apocado para atreverse a hablar con él, pero nunca se había acercado a él para pedirle que le firmara un ejemplar, o había huido avergonzado cuando él le había sostenido durante varios minutos la mirada.
Se limitaba a observarle. Sin decir nada, sin pestañear, desde aquella distancia prudencial, y aquello era lo que le ponía más nervioso. ¿A quién esperaba? ¿Qué quería de él? Si su objetivo era desquiciarle por completo estaba a punto de conseguirlo. Había dejado de quedar con los compañeros y los amigos por no tropezárselo por la calle, hacía la compra por Internet y llevaba demasiados meses de barbecho que ponían nervioso a su editor.
Se pasó la mano por la cara, pinchándose la piel con aquella barba incipiente y descuidada y cogió el teléfono. No le sorprendió ver que le temblaba la mano mientras marcaba los números, y tuvo que repetirlos varias veces. Esperó paciente los tonos de llamada que indicaban que se había establecido la conexión, y casi suspiró aliviado cuando escuchó al otro lado de la línea la voz de su hermana.
-Henry, son las tres de la mañana. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Balbuceó una disculpa, ni siquiera se había dado cuenta de la hora que era. Sin siquiera preguntar por cortesía por la salud de su marido o sus hijos, preguntó si podía pasar con ellos un par de semanas, justificando que necesitaba la paz del campo para salir del bloqueo creativo que tenía. Lo cierto es que deseaba huir de aquella ciudad, incluso de aquel estado, con la esperanza de que el hombre del sombrero no lo siguiera tan lejos.
-Por supuesto. Esta también es tu casa. Puedes venir cuando quieras. ¿Seguro que no ha pasado nada?
Le dijo que no, aunque ni a él mismo le resultó creíble. Por suerte, su hermana estaba acostumbrada a las excentricidades de su hermano el escritor y no le dio más importancia. Tras un par de frases banales a las que Henry no prestó excesiva atención se despidieron hasta el día siguiente.
Antes de irse a la cama, miró por la ventana. El hombre del sombrero estaba allí, frente a la verja de su casa, impasible a pesar del viento huracanado que le azotaba. Estaba seguro que estaría allí aunque lloviese o cayesen rayos.


La carretera camino del aeropuerto estaba desierta. Había alargado el trayecto casi en una hora por ir a través de vías secundarias y, aun así, no dejaba de mirar por el espejo retrovisor, esperando no sabía a qué, tal vez que su oscuro perseguidor estuviese detrás.
Dio media vuelta al dial de la radio, buscando alguna emisora de rock que amenizase el viaje y tal vez le distrajera. No había visto al desconocido al salir de casa, y eso le había puesto de mejor humor.

-I can feel you inside me...
“..Of course, yes you can…”
-You’re not stronger than me...
“... I’ll have you...”
-I won’t let you.
“... I will own you...”
-No, you can’t have me! *

Siguió tarareando y silbando el resto de la estrofa mientras de un violento volantazo tomaba la curva que le llevaba al aeropuerto. De camino había pasado por delante de tres rádares. Sabía que cuando volviese a casa tres hermosas multas le estarían esperando sobre el felpudo, pero no había reducido ni un ápice la velocidad.
Cuando llegó delante de la ventanilla para recoger su billete ya anunciaban su vuelo.

-Te he echado mucho de menos, hermanito.
Le devolvió el abrazo e intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora cuando su hermana le hizo notar el mal aspecto que tenía. Estuvo tentado de contarle a su hermana la verdad, hablarle sobre el hombre que lo acosaba, y de que tenía miedo, pero acabó achacando su malestar al viaje y la poca comodidad de la clase turista.
La casa de su hermana se situaba a las afueras de un pueblo, cerca de las lindes del bosque. El vecino más cercano se encontraba a casi un kilómetro y el recorrido hasta el centro precisaba más de cuarenta minutos en coche. La casa estaba rodeada de un terreno grande y lleno de árboles, donde los niños podían jugar sin peligro. De noche se podía escuchar aullar a los lobos desde las cima de las montañas que rompían el horizonte.
Aquel paisaje idílico le hizo sonreír durante unos segundos, iluminándole la mirada como hacía meses que no le ocurría. Sus sobrinos corrieron a abrazarle y él besó la frente de ambos. El más pequeño y descarado le preguntó si no le había traído un regalo. Su madre le regañó, pero él les prometió llevarlos al pueblo y comprarles lo que quisieran. La verdad es que ni siquiera se había acordado de ellos.
Disfrutó de una cena como hacía tiempo que no disfrutaba. El marido de su hermana, un gordo policía de pueblo, mantuvo una charla banal sobre política y fútbol que puso más en evidencia lo desconectado que había estado del mundo los últimos meses.
Cuando los pequeños se hubieron acostado y su cuñado estaba en el sofá viendo un partido, él se quedó en la cocina a solas mientras su hermana recogía y fregaba los platos. Sin darse cuenta la mirada se le escurría detrás de la ventana.
-¿Desde cuando fumas?
Miró el cigarrillo entre sus dedos con extrañeza, como si él mismo se hubiese dado cuenta de que aquello no debía de estar allí. Las manos le temblaban. Contestó a su hermana que desde hacía unas semanas. Suponía que era así, aunque realmente no era capaz de decirlo con certeza.
Esa misma noche comenzó a escribir su novela.

-No, no he visto a nadie esperando fuera. ¿Por qué lo preguntas?
Contestó que no era nada mientras le cogía a su hermana las bolsas de la compra y las llevaba a la cocina. Había pasado toda la noche escribiendo y había logrado terminar siete capítulos. Si seguía con ese ritmo sería capaz de terminar la novela dentro del último (e inamovible) plazo que le había dado su editor. Si no tendría que empezar a pensar en otro empleo.
-Si sigues así vas a enfermar. Has tenido la luz encendida toda la noche.
Su hermana hizo gala de aquella capacidad que tenía para leer el pensamiento. Le sonrió y salió a buscar las bolsas que quedaban en el coche mientras ella colocaba la compra en los respectivos armarios. Por el camino se detuvo en el espejo de la entrada. Tenía un aspecto espantoso. Se pasó la mano por el pelo ralo, sin sorprenderse al ver que caían un par de mechones.


Estaba allí. No sabía como lo había podido encontrar, pero estaba allí. En la otra punta del país, mirándole fijamente junto al columpio de sus sobrinos. La bolsa que tenía en las manos se le escurrió de los brazos, estrellando cajas de leche y yogures contra el suelo. Su hermana salió corriendo.
-¡Henry! ¿Qué pasa?
Volvió la cabeza para ver como su hermana se agachaba al suelo a recoger las pocas provisiones que habían quedado intactas mientras lo miraba con absoluta preocupación reflejada en el rostro. Henry miró de nuevo hacia los columpios, totalmente asustado. Su hermana le siguió la mirada.
-¿Qué has visto?
Ya no estaba allí. Corrió en dirección a la casa, haciendo caso omiso a los gritos de su hermana, que le llamaban. Llegó a su habitación y cerró la puerta y las contraventanas. Se apoyó contra la pared y se dejó caer hasta acabar sentado en el suelo. Se puso a llorar.

Estuvo enfermo los días siguientes. Postrado en la cama comía sopa de pollo caliente y recibía las constantes visitas de su hermana para cambiarle los paños húmedos de la frente. La fiebre no remitía, pero él se había negado en rotundo a avisar a cualquier doctor. Sus sobrinos pasaban a media tarde para traerle un dibujo o contarle lo que habían hecho en el colegio, aunque él los escuchaba vagamente.
Tenía miedo cuando le dejaban solo. Había tomado la opción de no quedarse dormido, y para ello había devorado libros enteros. Cada vez que cerraba los ojos lo veía delante de él, mirándole fijamente desde aquel rostro sin expresión. Cuando las lecturas no fueron suficientes y el sueño le vencía, recurrió a pellizcarse y arañarse los brazos, que tenía llenos de heridas y hematomas.
Su hermana le había prohibido escribir, al menos hasta que comiese algo. El último plato de sopa reposaba frío sobre la mesilla. Había vomitado los tres anteriores. Cuando su hermana se dispuso a marcharse para calentarlo de nuevo, la detuvo agarrándola por el brazo y repitiéndole la pregunta que le llevaba haciendo incansable durante los últimos días.
-No. No he visto a nadie esperando fuera de la casa, ni en los alrededores. ¡Dios mío, Henry! ¿A qué tienes miedo?
Pero él se volvió en la cama y no contestó. Tenía la mirada perdida en dirección a la ventana cerrada. No había permitido que la abrieran, a pesar de que su hermana insistía en que era bueno que le diese el sol.
Esa noche al despertar de la pesadilla, su imagen no se desvaneció. Estaba allí, en la habitación, sentado en la silla del escritorio con lo que parecían ser las hojas mecanografiadas de su novela entre las manos. Henry miró hacía la ventana y la puerta, que seguían cerradas. Tuvo ganas de gritar.
Pero no lo hizo. No logró emitir sonido alguno. Se incorporó sobre los brazos en la cama, enfrentado a su perseguidor. Le temblaba todo el cuerpo. El vaso de leche con miel que le había traído su sobrina antes de acostarse seguía intacto en la mesilla. Tragó saliva. Sentía la boca pastosa y le dolía la garganta.
-¿Qué quieres de mí?

Abrió la puerta que llevaba a la habitación de matrimonio. Los ojos se le acostumbraron pronto a la oscuridad. Distinguió la silueta de su hermana junto a la de su gordo marido. Se acercó a la cama con paso lento. Le temblaban las piernas. Ni siquiera sabía como era capaz de dar un paso sin que se le quebrasen los tobillos.
Su hermana abrió los ojos cuando él todavía estaba inclinado sobre su esposo. La mirada de extrañeza dio paso a una de absoluto terror cuando descubrió el cadáver degollado de su marido a su lado. Le tapó la boca con la mano antes de que tuviese tiempo de gritar y hundió el cuchillo ensangrentado en su vientre. Una, dos, seis veces, hasta que el cuerpo dejó de debatirse entre sus brazos.
Dio un paso atrás, separándose de la cama. La sangre de ambos había empapado las sábanas. En su mano, el enorme cuchillo goteaba, volviéndose resbaladizo entre sus dedos. La sangre resbalaba por los brazos empapándole las mangas del pijama hasta el codo.
-Mamá. Tengo sed.
Henry se volvió, enajenado, con los ojos inyectados en sangre. Su sobrino estaba de pié, en la puerta, con un oso de peluche arrastrando por el suelo cogido de un brazo, mientras con la mano se frotaba los ojos todavía somnolientos. Le detuvo antes de que tuviese tiempo de encender la luz.

Colocó el pelo de su sobrina alrededor de la almohada con delicadeza. La arropó con las sábanas en un gesto inútil, como si fuese a coger frío. Le cerró los ojos con la mano, manchándole el rostro con la sangre de sus padres y su hermano. Parecía dormida, con aquella expresión serena que ni siquiera la muerte le había logrado borrar. Siempre fue su favorita.
Se separó de la cama, de espaldas, tras depositar un beso dulce y paternal en los labios fríos de la niña. La espalda le golpeó contra la pared y, como si hubiese sido un choque brutal con la realidad, rompió a llorar.
Se dejó caer al suelo, abatido. Observó horrorizado el cuchillo en sus manos llenas de sangre como si reparase en él por vez primera y lo arrojó lejos de sí. Se abrazó las rodillas y comenzó a balancear el cuerpo mientras  observaba como aquella flor roja se extendía imparable por la sábana que cubría el frágil cuerpo de su sobrina.
El hombre del sombrero se sentó en la cama, junto a la niña.
-Ya está. Ya he hecho lo que querías. ¡Ahora vete! ¡Déjame en paz!
El hombre no dijo nada. Ni siquiera negó o asintió con la cabeza. Siguió allí. Con su tez pálida. Se levantó de la cama y se acuclilló delante de él. Le cogió la barbilla con delicadeza, obligándole a levantar el rostro para mirar directamente aquellos muertos ojos grises.
Le secó con delicadeza las lágrimas y lo besó en los labios.
-¿Quién eres?
El hombre sonrió.
-Soy tú.
***
Escribió la última frase de su novela triunfante y sonriente. Sacó la hoja de la máquina y la colocó junto al resto. Colocó encima la portada y levantó la mirada, dedicándole una sonrisa de sincero agradecimiento a su compañero, que le observaba atento desde el fondo de la habitación.

-Hemos hecho un buen trabajo. Será todo un éxito.

Silbando se levantó de la silla y se dirigió al baño, para darse una ducha. Antes de abrir el grifo dejó con cuidado el jersey gris sobre una de las banquetas.

“EL HOMBRE DEL SOMBRERO NEGRO”
Por Henry Jekyll y Edward Hyde.




Jekyll & Hyde, “The horror show” -  Iced Earth.

Dana Kürten


***



What's the reason for me to be this way?
I'm lying on the floor
I've broken through some door
I don't know how I came to this
There is blood lust in my eyes
And someone in my mind saying

I have forced you here
I'm hiding, right here inside you
Trapped in here so long
You'll find me growing in every man

Who is this that speaks to me?
Tearing down my mind
My reality
This must certainly be the one
What will I pay for this?
This evil synthesis!

I'm out of control
Evil takes my soul

I can feel you inside me
Of course, yes you can
You're not stronger than me
I am You
I won't let you
I will own you
No, you can't have me!

I won't let you destroy me
You took away my life
With your wicked seed
If you're able to take control
You'll bring damnation upon my soul.



3 comentarios:

  1. Descubriendo tu apellido, me resulta igualico igualico que dicho personaje señora Kürten:
    http://www.abandomoviez.net/dba/fichapolicial.php?id=272

    Para leer su historia narrada por servidor, clickeadle a "editar".

    Saludos y toda esa Bazofia.
    PD: ya que veo que teneis muchas historias de terror y tal, será mejor empezara. Leérselas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Efectivamente, muy observador. El Kürten de mi pseudónimo es por Peter Kürten, el vampiro de Dusseldorf, pero por el real, no sabía que hubiera una película. Aunque ahora que lo sé, tendré que verla ^^

      Gracias por comentar, y espero que te gusten los relatos de terror.

      Eliminar
    2. - Wilson Esbond Valer -

      También en Abandomoviez se recitan o narran historias bien entretenidas, historias terroríficas, o historias que simplemente son bonísimas. Me gustan tus poemas consonantes anteriores, aunque no me da mucho tiempo ahora de traducir el del Dr. Henry Jekyll y Mr. Edward (Jack) Hyde.

      Servidor también recita poemas en cumpleaños de compañer@s suyos en el foro, en persona no, escritos y espero que bien redactados.

      saludos y toda esa Bazofia Señora/ita (?).
      Pd: no puedo escribir mi nombre ni el enlace a la pág., no se por qué.

      Eliminar