Os animo a leer también los relatos ganadores, que merecen mucho la pena. ^^
Y ahora, sin más dilación, damas y caballeros, os dejo con "El hombre del sombrero negro." Espero que os guste. ^^
PD: Hoy salgo en EL SISTEMA D13 con un sencillo Fan-Art. Os recomiendo que echéis un ojillo al webcomic. Es fábuloso. (¡Qué serían mis mañanas sin una tira rolera y un café! =P)
***
El hombre del sombrero negro.
Llevaba semanas viéndolo desde la ventana. No sabía en
que momento exactamente se había dado cuenta de que le iba siguiendo. Supuso
que la primera vez que había reparado realmente en su presencia fue cuando se
lo cruzó al salir de una cafetería lejos de la zona que normalmente
frecuentaba. Era normal encontrar los mismos rostros en la panadería, el
supermercado o la parada del tranvía, y le pareció una curiosa casualidad verle
tan lejos del barrio.
Poco después se dio cuenta que estaba allí
donde mirase. Siempre con aquel jersey gris de cuello vuelto y el sombrero
calado, esperando debajo de una farola, observándole desde el portal de
enfrente o desde el fondo de una mesa cuando iba a algún restaurante a comer
fuera. No lo veía seguirle por la calle, pero había un momento en que, al
voltearse, estaba allí, mirándole fijamente con aquellos ojos inexpresivos.
Tampoco tenía muy claro por qué motivo no
había ido a encararse con él, aunque un escalofrío agudo le recorría la espalda
cada vez que lo encontraba. Tampoco se lo había contado a nadie, porque estaba
seguro de que en el momento en que llamase la atención de cualquiera sobre su
presencia, dejaría de estar allí, y aquella certeza le revolvía las tripas.
Ahora lo observaba desde la ventana, a través
de las cortinas que retiraba con cuidado con dos de sus dedos. Estaba enfrente
de su casa, apoyado contra la corteza de un árbol, inmóvil, mirando fijamente
en su dirección, como si pudiese distinguirle a través de los pliegues de la gruesa
tela. Tragó saliva con dificultad, volviendo a su escritorio, tratando de
centrarse en el libro. El editor llevaba semanas presionando para que lo
entregara, y todavía no había logrado escribir ni una página.
Se descubrió mirando la puerta del estudio
cada cierto tiempo, como si esperase verle aparecer en cualquier momento
atravesando la puerta, apoyado contra la pared, con aquella máscara inexpresiva
que tenía por rostro.
Después de cinco horas de absoluta
inactividad decidió que ya estaba bien. Se levantó del escritorio y fue al baño
para lavarse la cara con agua fría. La imagen que le devolvía el espejo era de
lo más desalentadora. Había adelgazado mucho las últimas semanas y los ojos se
le hundían en los pómulos marcados y las ojeras le ensombrecían la mirada. Se
apoyó contra el lavabo y respiró profundamente varias veces.
Bajó a la cocina para hervir agua para hacer
mate. Mientras esperaba el pitido intermitente del microondas se asomó a la
ventana, esperando ver si su extraño perseguidor seguía fuera. Por su mente, en
aquellos meses de acoso, habían pasado todo tipo de ideas, y a cada cual más
descabellada.
Sabía que no quería hacerle daño. En aquellos
meses había tenido muchas ocasiones para abordarlo y no lo había hecho. Al
principio pensó que tal vez se tratase de un fan, de algún admirador al que le
gustaban sus novelas, tal vez demasiado apocado para atreverse a hablar con él,
pero nunca se había acercado a él para pedirle que le firmara un ejemplar, o
había huido avergonzado cuando él le había sostenido durante varios minutos la
mirada.
Se limitaba a observarle. Sin decir nada, sin
pestañear, desde aquella distancia prudencial, y aquello era lo que le ponía
más nervioso. ¿A quién esperaba? ¿Qué quería de él? Si su objetivo era
desquiciarle por completo estaba a punto de conseguirlo. Había dejado de quedar
con los compañeros y los amigos por no tropezárselo por la calle, hacía la
compra por Internet y llevaba demasiados meses de barbecho que ponían nervioso
a su editor.
Se pasó la mano por la cara, pinchándose la
piel con aquella barba incipiente y descuidada y cogió el teléfono. No le
sorprendió ver que le temblaba la mano mientras marcaba los números, y tuvo que
repetirlos varias veces. Esperó paciente los tonos de llamada que indicaban que
se había establecido la conexión, y casi suspiró aliviado cuando escuchó al
otro lado de la línea la voz de su hermana.
-Henry, son las tres de la mañana. ¿Qué ha
pasado? ¿Estás bien?
Balbuceó una disculpa, ni siquiera se había
dado cuenta de la hora que era. Sin siquiera preguntar por cortesía por la
salud de su marido o sus hijos, preguntó si podía pasar con ellos un par de
semanas, justificando que necesitaba la paz del campo para salir del bloqueo
creativo que tenía. Lo cierto es que deseaba huir de aquella ciudad, incluso de
aquel estado, con la esperanza de que el hombre del sombrero no lo siguiera tan
lejos.
-Por supuesto. Esta también es tu casa.
Puedes venir cuando quieras. ¿Seguro que no ha pasado nada?
Le dijo que no, aunque ni a él mismo le resultó
creíble. Por suerte, su hermana estaba acostumbrada a las excentricidades de su
hermano el escritor y no le dio más importancia. Tras un par de frases banales
a las que Henry no prestó excesiva atención se despidieron hasta el día
siguiente.
Antes de irse a la cama, miró por la ventana.
El hombre del sombrero estaba allí, frente a la verja de su casa, impasible a
pesar del viento huracanado que le azotaba. Estaba seguro que estaría allí
aunque lloviese o cayesen rayos.
La carretera camino del aeropuerto estaba desierta. Había
alargado el trayecto casi en una hora por ir a través de vías secundarias y,
aun así, no dejaba de mirar por el espejo retrovisor, esperando no sabía a qué,
tal vez que su oscuro perseguidor estuviese detrás.
Dio media vuelta al dial de la radio,
buscando alguna emisora de rock que amenizase el viaje y tal vez le distrajera.
No había visto al desconocido al salir de casa, y eso le había puesto de mejor
humor.
-I can feel you
inside me...
“..Of course, yes you
can…”
-You’re not stronger
than me...
“... I’ll have you...”
-I won’t let you.
“... I will own
you...”
-No, you can’t have
me! *
Siguió tarareando y silbando el resto de la
estrofa mientras de un violento volantazo tomaba la curva que le llevaba al
aeropuerto. De camino había pasado por delante de tres rádares. Sabía que
cuando volviese a casa tres hermosas multas le estarían esperando sobre el
felpudo, pero no había reducido ni un ápice la velocidad.
Cuando llegó delante de la ventanilla para
recoger su billete ya anunciaban su vuelo.
-Te he echado mucho de menos, hermanito.
Le devolvió el abrazo e intentó esbozar una
sonrisa tranquilizadora cuando su hermana le hizo notar el mal aspecto que
tenía. Estuvo tentado de contarle a su hermana la verdad, hablarle sobre el
hombre que lo acosaba, y de que tenía miedo, pero acabó achacando su malestar
al viaje y la poca comodidad de la clase turista.
La casa de su hermana se situaba a las
afueras de un pueblo, cerca de las lindes del bosque. El vecino más cercano se
encontraba a casi un kilómetro y el recorrido hasta el centro precisaba más de
cuarenta minutos en coche. La casa estaba rodeada de un terreno grande y lleno
de árboles, donde los niños podían jugar sin peligro. De noche se podía
escuchar aullar a los lobos desde las cima de las montañas que rompían el
horizonte.
Aquel paisaje idílico le hizo sonreír durante
unos segundos, iluminándole la mirada como hacía meses que no le ocurría. Sus
sobrinos corrieron a abrazarle y él besó la frente de ambos. El más pequeño y
descarado le preguntó si no le había traído un regalo. Su madre le regañó, pero
él les prometió llevarlos al pueblo y comprarles lo que quisieran. La verdad es
que ni siquiera se había acordado de ellos.

Cuando los pequeños se hubieron acostado y su
cuñado estaba en el sofá viendo un partido, él se quedó en la cocina a solas
mientras su hermana recogía y fregaba los platos. Sin darse cuenta la mirada se
le escurría detrás de la ventana.
-¿Desde cuando fumas?
Miró el cigarrillo entre sus dedos con
extrañeza, como si él mismo se hubiese dado cuenta de que aquello no debía de
estar allí. Las manos le temblaban. Contestó a su hermana que desde hacía unas
semanas. Suponía que era así, aunque realmente no era capaz de decirlo con
certeza.
Esa misma noche comenzó a escribir su novela.
-No, no he visto a nadie esperando fuera. ¿Por qué lo
preguntas?
Contestó que no era nada mientras le cogía a
su hermana las bolsas de la compra y las llevaba a la cocina. Había pasado toda
la noche escribiendo y había logrado terminar siete capítulos. Si seguía con
ese ritmo sería capaz de terminar la novela dentro del último (e inamovible)
plazo que le había dado su editor. Si no tendría que empezar a pensar en otro
empleo.
-Si sigues así vas a enfermar. Has tenido la
luz encendida toda la noche.
Su hermana hizo gala de aquella capacidad que
tenía para leer el pensamiento. Le sonrió y salió a buscar las bolsas que
quedaban en el coche mientras ella colocaba la compra en los respectivos
armarios. Por el camino se detuvo en el espejo de la entrada. Tenía un aspecto
espantoso. Se pasó la mano por el pelo ralo, sin sorprenderse al ver que caían
un par de mechones.
Estaba allí. No sabía como lo había podido encontrar,
pero estaba allí. En la otra punta del país, mirándole fijamente junto al
columpio de sus sobrinos. La bolsa que tenía en las manos se le escurrió de los
brazos, estrellando cajas de leche y yogures contra el suelo. Su hermana salió
corriendo.
-¡Henry! ¿Qué pasa?
Volvió la cabeza para ver como su hermana se
agachaba al suelo a recoger las pocas provisiones que habían quedado intactas
mientras lo miraba con absoluta preocupación reflejada en el rostro. Henry miró
de nuevo hacia los columpios, totalmente asustado. Su hermana le siguió la
mirada.
-¿Qué has visto?
Ya no estaba allí. Corrió en dirección a la
casa, haciendo caso omiso a los gritos de su hermana, que le llamaban. Llegó a
su habitación y cerró la puerta y las contraventanas. Se apoyó contra la pared
y se dejó caer hasta acabar sentado en el suelo. Se puso a llorar.
Estuvo enfermo los días siguientes. Postrado en la cama
comía sopa de pollo caliente y recibía las constantes visitas de su hermana
para cambiarle los paños húmedos de la frente. La fiebre no remitía, pero él se
había negado en rotundo a avisar a cualquier doctor. Sus sobrinos pasaban a
media tarde para traerle un dibujo o contarle lo que habían hecho en el
colegio, aunque él los escuchaba vagamente.
Tenía miedo cuando le dejaban solo. Había
tomado la opción de no quedarse dormido, y para ello había devorado libros
enteros. Cada vez que cerraba los ojos lo veía delante de él, mirándole
fijamente desde aquel rostro sin expresión. Cuando las lecturas no fueron
suficientes y el sueño le vencía, recurrió a pellizcarse y arañarse los brazos,
que tenía llenos de heridas y hematomas.
Su hermana le había prohibido escribir, al
menos hasta que comiese algo. El último plato de sopa reposaba frío sobre la
mesilla. Había vomitado los tres anteriores. Cuando su hermana se dispuso a
marcharse para calentarlo de nuevo, la detuvo agarrándola por el brazo y
repitiéndole la pregunta que le llevaba haciendo incansable durante los últimos
días.
-No. No he visto a nadie esperando fuera de
la casa, ni en los alrededores. ¡Dios mío, Henry! ¿A qué tienes miedo?
Pero él se volvió en la cama y no contestó.
Tenía la mirada perdida en dirección a la ventana cerrada. No había permitido
que la abrieran, a pesar de que su hermana insistía en que era bueno que le
diese el sol.
Esa noche al despertar de la pesadilla, su
imagen no se desvaneció. Estaba allí, en la habitación, sentado en la silla del
escritorio con lo que parecían ser las hojas mecanografiadas de su novela entre
las manos. Henry miró hacía la ventana y la puerta, que seguían cerradas. Tuvo
ganas de gritar.
Pero no lo hizo. No logró emitir sonido
alguno. Se incorporó sobre los brazos en la cama, enfrentado a su perseguidor.
Le temblaba todo el cuerpo. El vaso de leche con miel que le había traído su
sobrina antes de acostarse seguía intacto en la mesilla. Tragó saliva. Sentía
la boca pastosa y le dolía la garganta.
-¿Qué quieres de mí?
Abrió la puerta que llevaba a la habitación de
matrimonio. Los ojos se le acostumbraron pronto a la oscuridad. Distinguió la
silueta de su hermana junto a la de su gordo marido. Se acercó a la cama con
paso lento. Le temblaban las piernas. Ni siquiera sabía como era capaz de dar
un paso sin que se le quebrasen los tobillos.
Su hermana abrió los ojos cuando él todavía
estaba inclinado sobre su esposo. La mirada de extrañeza dio paso a una de
absoluto terror cuando descubrió el cadáver degollado de su marido a su lado.
Le tapó la boca con la mano antes de que tuviese tiempo de gritar y hundió el
cuchillo ensangrentado en su vientre. Una, dos, seis veces, hasta que el cuerpo
dejó de debatirse entre sus brazos.
Dio un paso atrás, separándose de la cama. La
sangre de ambos había empapado las sábanas. En su mano, el enorme cuchillo
goteaba, volviéndose resbaladizo entre sus dedos. La sangre resbalaba por los
brazos empapándole las mangas del pijama hasta el codo.
-Mamá. Tengo sed.
Henry se volvió, enajenado, con los ojos
inyectados en sangre. Su sobrino estaba de pié, en la puerta, con un oso de
peluche arrastrando por el suelo cogido de un brazo, mientras con la mano se
frotaba los ojos todavía somnolientos. Le detuvo antes de que tuviese tiempo de
encender la luz.
Colocó el pelo de su sobrina alrededor de la almohada con
delicadeza. La arropó con las sábanas en un gesto inútil, como si fuese a coger
frío. Le cerró los ojos con la mano, manchándole el rostro con la sangre de sus
padres y su hermano. Parecía dormida, con aquella expresión serena que ni
siquiera la muerte le había logrado borrar. Siempre fue su favorita.
Se separó de la cama, de espaldas, tras
depositar un beso dulce y paternal en los labios fríos de la niña. La espalda
le golpeó contra la pared y, como si hubiese sido un choque brutal con la
realidad, rompió a llorar.
Se dejó caer al suelo, abatido. Observó
horrorizado el cuchillo en sus manos llenas de sangre como si reparase en él
por vez primera y lo arrojó lejos de sí. Se abrazó las rodillas y comenzó a
balancear el cuerpo mientras observaba
como aquella flor roja se extendía imparable por la sábana que cubría el frágil
cuerpo de su sobrina.
El hombre del sombrero se sentó en la cama,
junto a la niña.
-Ya está. Ya he hecho lo que querías. ¡Ahora
vete! ¡Déjame en paz!
El hombre no dijo nada. Ni siquiera negó o
asintió con la cabeza. Siguió allí. Con su tez pálida. Se levantó de la cama y
se acuclilló delante de él. Le cogió la barbilla con delicadeza, obligándole a
levantar el rostro para mirar directamente aquellos muertos ojos grises.
Le secó con delicadeza las lágrimas y lo besó
en los labios.
-¿Quién eres?
El hombre sonrió.
-Soy tú.
***
Escribió la última frase de su novela triunfante y
sonriente. Sacó la hoja de la máquina y la colocó junto al resto. Colocó encima
la portada y levantó la mirada, dedicándole una sonrisa de sincero
agradecimiento a su compañero, que le observaba atento desde el fondo de la
habitación.
-Hemos hecho un buen trabajo. Será todo un éxito.
Silbando se levantó de la silla y se dirigió al baño,
para darse una ducha. Antes de abrir el grifo dejó con cuidado el jersey gris
sobre una de las banquetas.
“EL HOMBRE DEL SOMBRERO NEGRO”
Por Henry Jekyll y Edward Hyde.
* Jekyll & Hyde, “The horror show” - Iced Earth.
Dana Kürten
***
What's the reason for me to be this way?
I'm lying on the floor
I've broken through some door
I don't know how I came to this
There is blood lust in my eyes
And someone in my mind saying
I have forced you here
I'm hiding, right here inside you
Trapped in here so long
You'll find me growing in every man
Who is this that speaks to me?
Tearing down my mind
My reality
This must certainly be the one
What will I pay for this?
This evil synthesis!
I'm out of control
Evil takes my soul
I can feel you inside me
Of course, yes you can
You're not stronger than me
I am You
I won't let you
I will own you
No, you can't have me!
I won't let you destroy me
You took away my life
With your wicked seed
If you're able to take control
You'll bring damnation upon my soul.
Descubriendo tu apellido, me resulta igualico igualico que dicho personaje señora Kürten:
ResponderEliminarhttp://www.abandomoviez.net/dba/fichapolicial.php?id=272
Para leer su historia narrada por servidor, clickeadle a "editar".
Saludos y toda esa Bazofia.
PD: ya que veo que teneis muchas historias de terror y tal, será mejor empezara. Leérselas.
Efectivamente, muy observador. El Kürten de mi pseudónimo es por Peter Kürten, el vampiro de Dusseldorf, pero por el real, no sabía que hubiera una película. Aunque ahora que lo sé, tendré que verla ^^
EliminarGracias por comentar, y espero que te gusten los relatos de terror.
- Wilson Esbond Valer -
EliminarTambién en Abandomoviez se recitan o narran historias bien entretenidas, historias terroríficas, o historias que simplemente son bonísimas. Me gustan tus poemas consonantes anteriores, aunque no me da mucho tiempo ahora de traducir el del Dr. Henry Jekyll y Mr. Edward (Jack) Hyde.
Servidor también recita poemas en cumpleaños de compañer@s suyos en el foro, en persona no, escritos y espero que bien redactados.
saludos y toda esa Bazofia Señora/ita (?).
Pd: no puedo escribir mi nombre ni el enlace a la pág., no se por qué.