martes, 5 de julio de 2011

CAPÍTULO V: Llegaremos tarde.




"Duerme, duerme
que yo aun no sé si estoy soñando,
¿Se vino el cielo a este lugar?
mientras tu cuerpo aún temblando.
Duerme, duerme
que seré el centinela de tus sueños,
que no hallarás allí uno mejor
que del que acabo de ser dueño.
Tu pelo derramado
llenando de azabache mi colchón,
tus uñas pintadas, tus piernas cerradas
tus pliegues en perfecto claro-oscuro,
y yo creo más en Dios
después de la fortuna
de dos cuerpos y el amor." -Ricardo Arjona.
***
Parece que el único rayo de sol que se filtra por la persiana mal cerrada ha decido practicar su puntería con mi ojo. Aunque a estas alturas ya estoy despierto y he escuchado cuatro veces los diez segundos de canción que has escogido para hacerte de despertador. No puedo evitar ponerme celoso al percibir la perfecta y masculina voz que te desea un feliz día cada mañana antes que yo.
También el vecino ha decidido salir a la calle a cerrar sus negocios con el teléfono móvil, o más bien parece que esté decidido a que su interlocutor le escuche sin necesidad de utilizar el aparato. Y el dichoso pájaro que aletea contra la ventana, y el perro del vecino que no ha tenido un buen despertar y nos lo comunica amablemente con su mejor selección de ladridos.
Sinceramente, me sorprende que sigas ahí, acurrucada. Y que tu pesada respiración luche por apagar el resto de sonidos de la ciudad. Tan tranquila, con los labios entreabiertos y los párpados gruesos ligeramente hinchados. Y la mano que, como la de una niña pequeña, enrosca el emboce de la sábana entre los dedos para ahuecarla debajo de tu cara.
En el otro extremo de la ancha cama siento que son kilómetros los que nos separan, aunque pueda rozarte solo con alargar la mano y retirarte el mechón de pelo que juguetea con cada resoplido de tus labios, pero me da miedo moverme, y despertarte, aunque creo que la casa podría caerse ahora mismo con nosotros dentro y ni siquiera te removerías.
Dudo que te pudiera despertar el séptimo de caballería.
Al final me armo de valor y deslizo mi mano por la cama, sintiendo el tacto de la sábana fría entre nosotros. Deslizo delicadamente mi brazo sobre tu cadera y, como si hubiese accionado un resorte, de forma automática, tu cuerpo se acomoda sin abrir los ojos, se acurruca contra mi pecho y hundes el rostro en mi cuello, sin importante respirar el aire enrarecido de mis pulmones.
Hace veinte años mi mayor deseo era tenerte así, acurrucada a mi lado, con el sol bañando tus mejillas y las motas de polvo en suspensión centelleando como virutas de oro a tu alrededor, como si Zeus pretendiese tomar de nuevo a una nueva Dánae descuidada ya entrada en años.

Quizá tú no tengas la figura de entonces, y tu respiración se haya vuelto mas continúa y profunda al dormir, aunque no llegues a roncar; y tu ropa ya no sea tan atrevida como antes, y ya no salgamos a bailar. Yo he cambiado mucho pelo de menos por varios kilos de más, y ya no soy tan divertido como era antes, me he vuelto más gruñón y soy menos rebelde. Ya no escucho rock, creo que me estoy acomodando.
Tus brazos me rodean y a mi me falta el aire. Sonrío como un idiota y ya no me importan nuestras discusiones diarias por la comida, la lavadora, el fútbol o los niños. No me agobia la hipoteca que pagamos a duras penas, ni que el pintor nos haya dejado colgados con el salón a medio terminar, ni el grifo que gotea, ni siquiera esa maldita plaga de hormigas que no sé como controlar.
Veinte años de matrimonio vuelven a tener sentido.
Y ya no me importa el rayo de sol, ni el vecino y sus problemas, ni el pájaro atleta, ni el perro histérico, ni siquiera la voz sensual que te da los buenos días y me hace temer que un día me abandones por alguien más guapo, joven, alto y listo que yo. Tal vez un figurín de gimnasio con todo el pelo en su sitio y ese flamante descapotable rojo que siempre has deseado y que has acabado sustituyendo por un Renault de segunda mano que ni siquiera es rojo.
El despertador vuelve a sonar. Lo apago sin mirar de un manotazo. Sonriendo triunfante al rival en tu teléfono.
Hoy llegaremos tarde a trabajar.

Dana Kürten
***
Por que los amores más bellos son los más sencillos...
... A mis padres.
EL DESAYUNO


Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más,
tanto que casino puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
"Tengo un hambre feroz esta mañana.

Voy a empezar contigo el desayuno".
Luis Alberto de Cuenca

5 comentarios:

  1. Algo novedoso, bastante interesante además :P Me seguiré pasando como siempre, un saludo !!!

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  2. No, no soy yo xD Eres mi hermana disfrazada de "Yo". Cambia las cuentas!

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  3. Me encanta. Lo siento pero lo pondré en mi blog xP te quiero!

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