martes, 26 de abril de 2011

CAPÍTULO II: Ave, César.

Que trata sobre la impotencia de un hombre ante la gratuita y sangrienta crueldad del ser humano.







"Por casualidad, a mediodía asistí a una exhibición, esperando un poco de diversión, unos chistes, relajarme... Pero salió todo lo contrario... Estos peleadores de mediodía salen sin ningún tipo de armadura, se exponen sin defensa a los golpes, y ninguno golpea en vano... Por la mañana echan los hombres a los leones; al mediodía se los echan a los espectadores. La multitud exige que el victorioso que ha matado a sus contrincantes se encare al hombre que, a su vez, lo matará, y el último victorioso lo reservan para otra masacre. Esta clase de evento toma lugar estando casi vacías las gradas... Al hombre, sagrado para el hombre, lo matan por diversión y risas."Séneca.





***





…La sangre corre, la siento. Oigo los gritos de los menos afortunados, oigo como sucumben, como perecen. Para ellos Helios no brillará de nuevo. Observo el vasto escenario que se extiende ante mí, recortado por los barrotes que se interponen a mi visión, los mismos barrotes que me condenan, que me separan del mundo que hay fuera, el mundo que me ve como una bestia, los mismos barrotes a los que ahora me aferro con fuerza mientras veo a mis amigos caer.





De nuevo escucho el sonido metálico, esa macabra melodía que lo envuelve todo. Metal contra metal, incesante. Todo cambia, otro sonido, un acorde final compuesto por el mismísimo Hades: El sonido del metal hundiéndose en la carne, el crujido de los huesos al partirse, un aullido de dolor, un corazón que se detiene, el grito de júbilo de un público exaltado, un público extasiado por el olor metálico y el sabor dulzón que envicia el aire. Me alegro por mi compañero, el que ha perecido, que al contrario que su asesino, no tendrá que batirse un nuevo día contra un amigo.



Es mi turno, lo sé porque los barrotes que me cercan se han abierto, pero no hacia la libertad, se han abierto hacia la muerte. Este es mí sino, el día de mí nacimiento la parca tejió el final de mi tapiz, no tenía escapatoria, estaba condenado desde aquel día y todo por la marca que mis padres ostentan en su brazo, una marca que indica lo que eran, y lo que por herencia soy yo: Un esclavo, hijo de esclavos, el hijo de dos hombres sencillos apresados en una guerra. Y aunque yo nací como ellos, como todos los que gobiernan, aunque la vida fluye por mis venas, mi sangre debe de contaminarla demasiado como para no permitirme, ni siquiera, disfrutarla.



Noto la arena entrar por mis sandalias, una arena cálida que será mi tumba. Miro a mí alrededor: Rostros expectantes, sedientos de sangre, gentes que se creen importantes, túnicas blancas, togas violetas, mentiras, falsedades, meras máscaras, hombres que fingen ser correctos, asesinos que disfrutan viendo como nos matamos como animales…



… Quizá eso es lo que somos, simplemente animales. Cuando miro sus vidas vacías y sus mentes podridas no puedo evitar enorgullecerme de mi contaminada sangre y pienso, aún con esperanza, si algún rostro de aquellos compondrá una mueca de dolor cuando me vaya, si alguien se alzará y despertará para huir de esa barbarie.Un chasquido corta el aire y me golpea la espalda, me retuerzo en el suelo de dolor. Me estaba entreteniendo demasiado y al público no le gusta eso. Mi mente deja de captar las palabras que a coro corean mis verdugos. Unas rejas caen y me encierran de nuevo, como a un animal. El dolor se detiene y puedo levantarme para observar a mi contrincante: la bestia, sus rasgos se me antojan más humanos que los de los que nos contemplan, con sus poderosas garras, con sus afilados dientes...



Me preparo, sujeto la espada con fuerza y planto cara a mi adversario. El juego limpio no gusta, hace tiempo que lo he descubierto. Suspiro y me resigno, solo será una batalla más: la última.





Pero no me tocaba perder a mí, algún dios no lo quiso y es mi espada la que se hunde en el cuerpo de aquel animal. Siento lástima. Es otro esclavo, como yo. Entrenado para matar, comprado para morir. Triste era nuestro sino. El público abuchea decepcionado. No les he dado su carnaza, sonrío satisfecho al ver que no he servido para alimentarles sus sádicos caprichos, ellos deseaban ver al gladiador despedazado entre las garras de aquella bestia, pero no lo han conseguido. Mis ojos se dirigen a la figura que se sienta en lugar presidencial, que se levanta y me mira con asco. Mi brazo se alza respetuoso mientras veo su pulgar ordenar mi ejecución.





-Ave, César.





Y me llevo un regalo de este mundo, la lágrima que cae del rostro de una joven doncella mientras un silbido y un fatídico resplandor acerado le dan un final a mi trágica existencia.




Dana Kürten





"La crueldad de la mayoría de la gente es carencia de la imaginación. Su brutalidad es ignorancia." –Kurt Tucholsky.




"La crueldad, como cualquier otro vicio, no requiere ningún motivo para ser practicada." –Mary Ann Evans.












2 comentarios:

  1. Bueno, ya sabes que me gusta muchísimo ese relato. Y que aunque siempre te lo diga, esa doncella fuera de sitio es perfecta :)

    Te quiero.

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  2. Muy bien contado, y tus citas son clavadas.
    Saludines :)

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